Jugué Elden Ring con José Emilio, el pacheco, C.P. y así nos fue: Una crónica sobre dos cannagamers
The Game Awards, algo así como los premios Óscar de los videojuegos, coronaron el año pasado a Elden Ring con el mejor premio de la justa: Juego del año 2022 (GOTY, por sus siglas en inglés). Elden Ring es el último juego de fantasía de FromSoftware (creadores de Dark Souls) en colaboración con George R.R. Martin. En el juego de rol tu personaje es un Sinluz (Tarnished), miembro de un grupo de exiliados de las Tierras Intermedias, convocado para recuperar los fragmentos del Circulo de Elden (Elden Ring) y así convertirse en el Señor del Círculo (Elden Lord).
Una cosa muy chingona es jugar online con la banda, pero otra mejor es jugar online pacheco con la banda. La experiencia se tiñe de un je ne sais quois, fi fai fou y demás. Me invitó a jugar José Emilio, el pacheco, contador público por educación, a veces streamer, otras disque bloguero; vaya honor. Su última profesión es de más sentido, pues me parece que es nieto de aquel gran poeta, por lo que pienso que corre la poesía por sus venas. Me llamó hace unas semanas y me dijo lo siguiente, sin saludar: “Bro, neíto ayuda con el Elden; se ve que ta muy perro y sabes que a mí no se me da mucho.”
Los juegos de FromSoftware son conocidos por ofrecer una historia retorcida y complicada, llena de secretos con un valor literario poco visto en la industria. Pero más que nada, son conocidos por su dificultad. Un gancho descollante, ilustre, célebre, joder, para agrandar el hype de lo que ya era de por sí un juego anticipado, fue haber colaborado con George R. R. Martin para la creación del lore, es decir, del acervo de este universo ficticio. Y mientras esperamos la segunda temporada de la telenovela House of Dragon, qué mejor momento para iniciar la aventura.
La invitación de José Emilio, el pacheco, vino con una condición. Me advirtió, “Antes me gustaba jugar pedo, pero ahora que fumo weed, me gusta sumergirme en la narrativa del juego.” “Ok”, le dije, así como no sabiendo a qué quería llegar con el comentario. Resulta lo siguiente: antes de siquiera iniciar el juego, me envió un PDF y un archivo Excel; en ellos tenía escrito los trasfondos de nuestros avatares: su origen, qué tipo de prendas y armaduras usan, sus nombres y un gran etcétera. Me refiero a que la historia que George R. R. Martin y el amplio equipo de FromSoftware habían creado por cuatro años no le fue suficiente. Así las cosas con José Emilio.
Les resumo con gran cuidado y con la pericia que me alcanza, pues el archivo es grande y nuestro tiempo, preciado.
José Emilio, el pacheco
Avatar: José Emilio, el pacheco
Origen: José Emilio es un hidalgo de los de lanza de astillero, escudo de cuero, que cabalga encima de un caballo cornudo llamado Rocinante y capaz de convocar a tres perros fantasmas cadavéricos cuando lo requiere. Su estilo trata de ser ortodoxo, de imitar a los caballeros diestros de antaño, pero su edad avanzada no le permite la fluidez corporal que en su cabeza imagina. Sus brazos ya no le dan para cargar armamento pesado, asunto que esconde argumentando que prefiere las armas ligeras por la agilidad que ofrecen. Agilidad, dicho sea de paso, que está aún por verse.
Como buen hidalgo, José Emilio, el pacheco, viene educado en las artes, Historia y geografía, dos de ellas útiles para su odisea en las Tierras Intermedias. Y, como buen hidalgo, es un noble educado al que no le tocan tierras, ni títulos, debido a la mala suerte de ser el cuarto hijo de un noble de mucha monta. En otras palabras, un simple y mero hidalgo (hijo de algo). Su linaje está compuesto por importantes escritores e historiadores, en particular su abuelo, un reconocido poeta de la época dorada en las Tierras Intermedias. Aunque no posee nada de valor, José Emilio galopa a caballo como quien tiene el derecho y privilegio de vivir leyendo poesía.
Lo que sí distingue a nuestro queridísimo hidalgo es su destreza para el atasque, rasgo que detonó esta larga empresa. Se vio en una situación comprometida afuera de una cantina de las Tierras Intermedias, establecimiento que nosotros entendemos más bien como una cafetería. Eran las tres de la tarde en viernes y, aunque regio de sangre, era más chilango de oficina, por lo que salió temprano a darse unos toques y leer un poco de poesía de su abuelo. Pero, como ya se dijo, José Emilio era muy diestro para el atasque, por lo que el toque nunca es suficiente. Decidió comer dos panqués infusionados con cannabis. Dicho sea de paso, el cannabis de las Tierras Intermedias es tres veces más potente que el de nosotros. Al salir de la cafetería de una forma sumamente lenta y torpe, abrió la puerta y se le cruzó el aire, los cables y todo lo capaz de cruzarse dentro del cuerpo; tanto así, que se le apareció de frente, personificada, nada más y nada menos, que la mismísima Pálida.
Diego Eaton Gil
Avatar: La Pálida
Origen: Atascados como José Emilio saben muy bien que la Pálida golpea macizo y tumba de un solo golpe. La Pálida carga una maza de hierro pesada y puntiaguda para generar el respeto que se merece. El asunto con esta Pálida de las Tierras Intermedias es que, al igual que su fisionomía raquítica, está constituida de un espíritu disminuido. Estas tierras oníricas decadentes le han amansado el espíritu a la pobre Pálida que antes se mostraba alegre complicando la vida de los atascados.
No se sabe mucho de su origen, pero mitólogos aseguran que es prima de la Muerte. La dificultad de su linaje y origen radica en que, aquellos quienes se la encuentran, no son capaces de hilar más de unas palabras y vomitar otras. Aún así, se han logrado rescatar textos que narran de forma empírica su aspecto blanco como la ceniza, ojeroso como el abismo y raquítico hasta los huesos.
GUION, escrito por José Emilio para seguirse al pie de la letra
Acto I, Escena 1
[José Emilio se encuentra recostado y desorientado afuera de una cantina. Entra la Pálida.]
👑: ¡Pálida! Señora, por favor no me diga que se me volvieron a pasar los toques.
💀: Como que ya es hora que empieces a tutearme, ¿no crees, José Emilio? A este paso…
👑: ¡Nunca!
💀: Dije tutearme, no levantarme la voz, chamaco. Hoy tienes suerte, vengo cansada. Algo tienen estas tierras…
👑: Estas tierras…
💀: ¿Por qué repites lo que digo? En fin, estas tierras…
[La Pálida le dio la espalda a José Emilio para dirigir la vista hacia la vastedad de las Tierras Intermedias.]
👑: ¿En qué piensa, Pá… en qué piensas, si se me permite?
💀: En algo que escuché hace un momento y que me dejó pensando, que la vida es como un libro, algunos capítulos son tristes, unos son difíciles, unos son muy bonitos, pero si nunca das vuelta a la página, nunca vas a saber lo que el próximo capítulo te depara.
👑: ¿En dónde lo escuchó? Escuchaste.
💀: En un TikTok. En fin, démosle vuelta a la página y veamos que sigue, porque estas tierras…
👑: Estas tierras…
[Ambos dirigen la vista hacia la vastedad de las Tierras Intermedias.]
Llegó el segundo día y ahora sí planeabamos jugar, pues el primero lo dediqué a descargar el juego y revisar bien los apuntes en PDF y Excel que escribió sobre nuestros avatares. ¿Quién era esta Pálida? ¿Era la mismísima que ha atentado en contra de nuestras vidas pachecas, aquella que habita en lo oscurito, en el más allá, esperando el momento en que a un pobre cristiano se le pase la mano con la mota o que tenga la osadía de mezclarla con sustancias menos deseadas y gravadas de impuesto? Otra cuestión que en un inicio rebotó dentro de mi cabeza, como el vaho que se estanca en el cubrebocas: ¿por qué José Emilio, el pacheco, hizo un avatar a su semejanza? ¿Acaso es él la versión fantástica de sí mismo?
Estamos tan acostumbrados a utilizar el concepto del avatar que pasamos por alto su peso filosófico. Quien acuñó el término para referirse a nuestro alter-ego digital que entendemos ahora fue Richard Garriot, desarrollador de los juegos de rol Ultima, en los años 80. Para la creación de Ultima IV recurrió a la rama de la filosofía que trata sobre los dilemas morales, particularmente a la ética de las virtudes, y se encontró con la palabra “avatar” en textos del hinduismo:
“[...] el avatar es la manifestación física de un dios cuando desciende a la Tierra. Eso era perfecto, porque en realidad, lo que quería era poner tu espíritu a prueba en mi universo ficticio.”
Al recordar esto, comprendí la importancia de estos archivos, similares al estilo de lo que hizo George R. R. Martin para Fire & Blood, libro en el que se basaron para la última serie. De golpe comprendí que José Emilio no era sólo un pacheco, sino un pacheco filosófico; rasgos, sin duda heredados del abuelo. Y continuando con esto, ¿no será mejor jugar siempre estando high? He aquí una nueva aventura nunca antes disfrutada de esta manera, pensé, y ni siquiera había iniciado la campaña. ¿Acaso tendré que volver a jugar todos los mejores videojuegos, pero ahora estando high? Dudas y más dudas pasaban por mi cabeza, hasta que recibí la llamada —y el llamado— de José Emilio, a quien yo ya estaba por colocar en un pedestal. ¡Viva la poesía, carajo!, me dije. Y luego recordé que es contador público.
Sin la intención de abrir una discusión que no va aquí porque el género es amplio y variado, en los juegos de rol (RPG) asumes uno o varios roles de personajes. Ciertos juegos, me atrevo a decir que los mejores, te esquinan a tomar decisiones morales con base en la ética del personaje ficticio y no la del jugador, ya que debería estar sumergido dentro del rol de dicho personaje. Se aplica mejor la palabra “avatar” en juegos que permiten una libertad mayor durante la creación del personaje, ya sea en el aspecto físico o en el rol a escoger. Es por esto que plataformas como Facebook usan mejor el término hindú. Lamentablemente, es difícil lograr siempre esa inmersión en los videojuegos, ese compromiso de ficción de incrustar una ética sólida a un personaje digital y ficticio, que viene siendo ligero, y tomar decisiones con base en eso. Además, son pocos los juegos que ofrecen una libertad de ese tamaño. Por esto y más razones, lo que sucede, más bien, está más ligado al escapismo, es decir, la tendencia a eludir la realidad para evitar afrontar problemas reales. Pero surge lo siguiente: ¿alguien que evade los problemas de su realidad, evade también los problemas morales que enfrenta dentro de un videojuego?
Mmmm… se engorda la trama para los cannagamers.
Para entonces, apenas la mañana del segundo día, ya lo había decidido: Elden Ring es justamente premiado como el mejor juego del año y José Emilio, el pacheco, es un genio, pues encontró la solución al escapismo que sigue contaminando la industria de los videojuegos y el estigma del cannabis. Pero, claro, había que jugar primero.
Una vez iniciada la partida, me pidió José Emilio dirigirnos con los nombres de nuestros avatares, cosa que en mi caso no afectó en lo más mínimo, pero que en el suyo causó una serie de tropiezos lingüísticos. He decidido dejarlos fuera por el bien de la inmersión.
—Pálida,— me dijo dando pie a la aventura —te advierto el motivo que me empuja hacia estas tierras: conseguir el título de Elden Lord. Como bien estás enterado, mi falta de títulos nobiliarios se debe a haber nacido más tarde que mis hermanos, cosa injusta, si se me pregunta. Este motivo te lo extiendo porque, ahora que somos un equipo, —dijo juntando los puños, moviéndolos como si fueran un engrane —compartimos las motivaciones.
—De hacerte Lord.
—De hacerme Lord.
—¿Y yo qué gano en esto?
—Bueno, una vez conseguido el título, se me otorgará el derecho universal de extender títulos.
—¿Me harás Lord también?
—No, como crees, si no cualquiera.
—¿Cualquiera? ¿Se te olvida, acaso, con quién hablas, pacheco?
—...
[Continuará...]