Que quién soy yo y por qué vale la pena leerme. ¿Acaso soy descendiente del poeta? Iniciemos por el día en que llegué a las oficinas de Gelato. La entrevista fue algo así: “Debes ser el nieto, ¿no? Leímos Las batallas en el desierto en la prepa.” Y me contrataron. Ahora bien, tendré que apelar a su discreción, lectores, si se me permite. Aquí entre nos, no los corregí. Es decir, me quedé callado. Pero, ¿qué esperaban si tengo esa terrible costumbre de pagar renta y comer? Escuchen primero mi lado de la historia y juzguen por ustedes mismos.
No es la primera vez que se me confunde con un poeta, un tal José Emilio Pacheco, pero mi apellido es González. Sí, seguramente lo intuyeron: soy de Monterrey. Si en un día caluroso me ofrecen un par de cervezas, me entran unas ganas condenadas de matar algo, ponerlo al carbón y enviar 🔥🔥🔥 a una que otra prima. Pero aquí comienza mi historia: desde que #metoo llegó a los grupos de Whatsapp familiares, decidí hacer un cambio transcendental en mi persona y dejar el alcohol, cosa dura para un regiomontano hecho y derecho. Me cambié el nombre –y aquí la causa de la confusión– de José Emilio, el borracho, apodo que me pusieron desde la prepa, a José Emilio, el pacheco. Y el resto es historia.
Ahora, díganme ustedes si soy o no el escritor ideal que busca una revista de cannabis. Soy un experimento andante para demostrar que el cannabis es más generoso que el alcohol.
Eso y algo de terapia, me dicen.
En fin. Dejemos este asunto entre nosotros, si es posible; lo dejo a su criterio. Regresando al día de la entrevista en las oficinas, me quedé callado, asentí y crucé las piernas, pero de la forma regiomontana, sino de forma artística para darle más veracidad al asunto.
Bueno, tendré que ampliar mi confesión, ya que estamos entrados en verdades: soy contador público. Pero también confieso que desde que se me confunde con el poeta, me ha entrado la inspiración de escribir unos versos, recitarlos o escupirlos. Pero todo a su debido momento. Por ahora se me asignó la tarea de responder cartas de lectores que han pasado por situaciones similares, o lectores que están confundidos sobre cómo entrarle a este mundo verde, aceitunado, herbóreo y lozano, porque la vida a veces te lleva por caminos inesperados.
Cabe decir que hemos estado recibiendo muchísima correspondencia desde mi contratación. El chisme se ha pasado rápido: “El nieto del poeta trabaja con nosotros.” Y, bueno, leamos una que cogí al azar del montón:
Querido José Emilio nieto:
Mi hermana fuma, come y se unta marihuana. Yo soy más grande, así que a mí no me tocó lo que a ella. Yo soy de la generación que vomitaba en el baño, manejaba tomada y veía como mi novio y sus amigos se peleaban en el antro. Y mi papá nunca me regañó. Pero ahora con mi hermana se pone como loco cuando ella llega con los ojos rojos, riendo y comiéndose todo el recalentado. “Mi hija no va a ser una drogadicta”, le dice. Como consecuencia, mi hermana y yo tuvimos que idear un plan: me envía un mensaje cuando está por llegar para que yo empiece a contarle a mi papá una historia entretenida. El timing lo tenemos tan calculado que, para cuando mi hermana abre la puerta, él está tan picado en la historia que ni se da cuenta que ella se va directo al cuarto. Llevamos un par de años repitiéndolo con éxito, pero aquí está mi problema: después de mil y una historias, ya no sé qué inventar.
Por eso vengo a pedirte ayuda, José Emilio nieto, ¿qué le digo?
Atentamente, y pronta a dormir, Sherazade.
Querida Sherazade:
Primero que nada, una hermana como tú, ninguna. Segundo que todo, el bloqueo de escritor es un tema ajeno para un contador público. Y más ajeno para uno que ni le gustan los números. Mi recomendación: ¿por qué no compras una antología de cuentos y escoges alguno de ahí cuando no sepas qué decir? Total, nadie se pone de acuerdo sobre qué escribió Shakespeare y qué no; y al otro José Emilio le atribuyeron unos versos en el Metro Universidad que eran de un poeta británico. No le tengas miedo al plagio, Sherazade, hasta becas se han logrado con esa técnica.
La otra que se me ocurre es que “se vaya la luz” cada vez que llegue tu hermana. Es cuestión de apagar la pastilla desde el transformador. En fin, como decía el otro José Emilio: “Caminamos a oscuras en el fuego”.
¡Un saludo, prima! 🔥
José Emilio, el pacheco, C.P.